Abre tu corazón. India, pais de milagros.
- Ricardo Nacach
- 7 feb 2017
- 5 Min. de lectura
Mientras voy escribiendo estos artículos, noto que de forma imperceptible, se van mezclando conceptos llamémoslos médicos, con otros espirituales. Me parece imprescindible poder conversar de todos estos temas libremente, y generar una corriente de pensamientos que ayuden a crear conciencia en los que nunca hurgaron en estas cuestiones, y permitan a los que si lo hacen, aportar con sus ideas, experiencias y sentimientos.

Sin embargo quiero aclarar algunos puntos antes de continuar, para sentirme libre de hacer determinados comentarios sin que esto signifique, ni ser una palabra autorizada en el tema, ni un purista, sólo puedo definirme como un aspirante espiritual. Alguien que desea fuertemente ser, con el tiempo, una persona más profunda. Tampoco la espiritualidad debe ser necesariamente asociada a religión, de hecho mi concepción al respecto es bien universalista , entendiendo que hay una entidad superior, que podemos llamar Dios o Conciencia Suprema , o lo Divino, o como cada uno desee llamar a aquello en lo que cree o devociona.
Mi querida Didi, que es una religiosa de atuendo naranja, nacida en Calcuta, diría acerca de aquellas personas que atraviesan sufrimientos, que ellos son afortunados por que están quemando Karma y que en su próxima vida ese tipo de sufrimiento no se va a repetir.
¡Cuantos conceptos para tan pequeño párrafo! : “afortunado en su sufrimiento”, “Karma”, “Vidas pasadas y futuras”. Tal vez no sea necesario definirlos y si ir maleándolos con anécdotas que puedan ser ilustrativas.
Hace algunos años yo atravesaba un momento personal bastante difícil en varios aspectos de mi vida. Decidí salir de una sensación de queja interna que a esa altura a mí mismo me molestaba.
Fui a visitar a Didi, y le comuniqué que me iba a la India, lo hacía solo, en una época del año especial, ya que era fines de Diciembre, y debía pasar el año nuevo allí, pero sentía que esa era una forma de refundar mi futuro inmediato, y eso me llenaba de ilusión.
Didi estaba feliz con mi decisión y recuerdo sus frases de despedida que sonaron a bendición antes de partir: “no veas superficialmente. Debajo de lo que mires hay un resplandor fuerte como un sol. No uses sólo tus ojos, abre tu corazón y prepárate para recibir los mensajes que debes escuchar de la boca de cualquier persona que te rodee. No busques sabios, ni santones, lo que debas aprender pueden enseñártelo, un niño, un camarero, un mendigo, un anciano, un lustrabotas o cualquier persona”.
Podría contar muchas anécdotas, y seguramente irán apareciendo en el transcurso de estas notas, algunas que ilustren otros temas. Pero ésta tiene que ver con lo que hoy estamos compartiendo.
Me encontraba camino a Varanasi, ciudad sagrada de India a orillas del Ganges, y el día previo llegué por tierra a un pueblo sin gran atractivo turístico, donde decidí pasar la noche.
Una vez acomodadas mis cosas en un hotel, decidí salir a estirar un rato las piernas sin rumbo fijo. La caída del sol aportaba un clima un poco más benévolo y una sensación muy agradable inundaba mi interior. Como una rara sensación de libertad, andando solo , por un lugar desconocido, teniendo como excusa para mi caminata un mercado a unas veinte cuadras que tal vez estuviera cerrado a la hora de llegar. Pero nada de eso importaba , me sentía feliz.
Abstraído en mis pensamientos, no reparé que a poco metros a mi izquierda un hombre que manejaba un rickshaw, que es un típico triciclo hindú , me estaba ofreciendo sus servicios.
En un perfecto inglés intentaba “hacerse amigo” siguiendo reglas de protocolo que a esa altura yo identificaba claramente. ¿De donde eres ?, “ah!! Argentina que hermoso país”, eran las primeras estrofas de la “canción” que ya había escuchado varias veces en esos días. Sin embargo, este hombre de una delgadez llamativa, que contrastaba con sus piernas flacas pero musculosas, con unos ojos y una sonrisa que destellaban en esas horas del crepúsculo, sabía más que mis interlocutores anteriores, y atrajo mi atención. Para empezar, me habló de Maradona, Batistuta y Caniggia, y de todo lo que a él le atraía el fútbol argentino.
Mientras la charla futbolera se iba poniendo interesante, yo seguía disfrutando de mi caminata, cosa que iba en contra de los intereses de mi compañero. “Ah, mi nombre es Kumar, me dijo, si ud. quiere caminar hasta el mercado, yo lo acompaño y después lo traigo de regreso al hotel, le parece?”. Era tan insistente su pedido que nadie se podría resistir. Paseé por aquel mercado, y cada vez que giraba la cabeza, lo veía parado sin sacarme los ojos de encima, sonriendo y saludándome con la mano, como queriendo decirme “no se preocupe que aquí estoy esperándolo”, a la vez había tantos colegas intentando el último viajecito del día que él jamás dejaría que me fuese con algún otro.
Fui a su encuentro y nuevamente fluyó la conversación. Ya a esa altura nombres como Perón y hasta algún otro presidente contemporáneo fueron mencionados por él reforzando aún más la idea que tenía de nuestro país.
En ese momento de nuestra relación, me sentí autorizado a preguntar más sobre él y sobre su vida.
Tenía 45 años, su familia vivía en un pueblo alejado unos 100 Km en medio del campo. Trabajaba todos los días, todo el día, para primero pagar el alquiler de su triciclo, luego poder con sus pequeños gastos, y finalmente, enviar dinero para la mantención de su familia, y juntar para la dote de una hija mujer.
Estando el hotel a la vista, yo quería prolongar ese encuentro y le manifesté, si no había otro lugar para conocer a esa hora. Un “si” enorme fue su respuesta, y me mostró una escuela, un pequeño monumento semidestruido, un templo hinduista que ya había cerrado, y la avenida principal del pueblo.
Todo ese tiempo ganado, tuve en mis oídos la voz de Didi: “abre tu corazón”.
“¿Donde va a Cenar? Me preguntó. Sin esperar respuesta me invitó a su casa a que cenáramos juntos, y con mucha felicidad acepté.
Fuimos metiéndonos por callejuelas cada vez más oscuras. Ya estaba acostumbrado a ver como los pequeños pueblos, dividían los caseríos por zonas que a la vez se diferenciaban de acuerdo a las distintas Castas.
Obviamente la más pobre de ellas era la que correspondía al lugar donde vivía mi anfitrión Kumar.
Antes de llegar a la casa, nos dirigimos a una suerte de depósito, donde uno al lado de otro se estacionaban los triciclos, que al día siguiente utilizaría él y sus compañeros.
Saludó amablemente a un hombre que cuidaba el lugar, y solo pude entender la palabra “argentin”, imagino explicando de donde era ese forastero.
Llegué a la casa , una suerte de cubo con piso de tierra, sin baño, cocina a leña, aroma a especies, unos acolchados arrimados a cada pared, y otros tres compañeros a quienes me presentó y con quienes compartí una especie de curry muy sabroso pero tremendamente picante .
Demás está decir que hablamos de fútbol, que nos reímos cuando conversamos un poco de algunas costumbres occidentales, que me contaron acerca de sus trabajos, que me preguntaron que lugares del mundo había conocido, y muchos otros temas.
Pero quiero detenerme aquí en un comentario que hizo Kumar:
“Nosotros somos muy tradicionalistas, algunos muy religiosos también, pero por sobre todas las cosas, tenemos una profunda convicción acerca de que la vida que hoy llevamos, es una pequeña parte de las vida de nuestra alma. Que ella ha tomado este cuerpo, para poder limpiar cosas acumuladas de otras vidas, y que el sufrimiento de hoy será la felicidad del mañana, Esto es el Karma.” El me miraba, y hacía una pausa para ver si yo lo iba siguiendo, y mi silencio y mi mirada se cruzaban con la suya y la respetuosa aprobación de sus tres compañeros de casa.
“Abre tu corazón”, seguía resonando en mi mente. Y el mensaje que debía escuchar , me lo acababa de dar Kumar, a tantos kilómetros de Buenos Aires.
Esa noche me despedí de aquel hombre de mirada buena y profunda, con agradecimiento y emoción. Sentía que el abrir mi corazón permitía no sólo incorporar esos mensajes, sino erradicar algún dolor de mi alma que en ese momento, y comparado con el padecimiento de otros seres humanos, era una banalidad.
Ricardo Nacach
Comments