Recuerdo de Navidad
- Ricardo Nacach
- 20 dic 2016
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 17 dic 2018
En la Noche Buena de 1988 me tocó estar de guardia en la Terapia Intensiva donde finalmente trabajé durante cinco años. Mi compañero de guardia, había sido papá unos meses atrás, y yo le sugerí que se fuera a brindar con su familia, la noche parecía tranquila.

A eso de las 22 hs, se descargó una tormenta fuertísima, la cual, asociada a la fecha, hacía aún más heroica la presencia de familiares de los pacientes internados en el sector destinado a recibir los informes.
Conversé con cada una de esas personas, sin dejar de reparar en sus ropas empapadas, en algunos casos sus zapatillas embarradas, sus cabelleras chorreando, pero por sobre todo, no puedo dejar de recordar sus miradas brillantes, anhelantes, asustadas o esperanzadas, pero sensibilizadas por lo fuerte de aquella noche.
Tal vez, el que estaba sensibilizado era yo, y todo aquello lo percibí de forma especial…pongamos que fue un poco y un poco.
Aunque no estaba permitido en el área de terapia intensiva ingresar más de dos visitantes por paciente, nos comprometimos a que todos juntos entrarían a pasar las 12 con sus seres queridos, y así ocurrió, cinco minutos antes de media noche unas treinta personas abrazaron, acariciaron, susurraron, lloraron al lado de aquellos pacientes, algunos lúcidos, otros no, algunos francamente delicados, otros con mejor pronóstico.
Recuerdo la sensación hermosa de complicidad que sentí con toda esa gente que entraba a la sala casi en puntas de pie, en parte para no molestar, y seguramente también para que nadie nos descubriera en la infracción de compartir todos juntos la nochebuena.
Lo cierto es que en aquel instante, puedo decir sin dudar, que la mano de Dios se posó sobre todos nosotros y el clima y la energía de amor se potenciaba en esas voces susurrantes, en esas sonrisas respetuosas, en esas lágrimas que buscaban no ser descubiertas.
Nunca en mi vida olvidaré aquella noche, es más, aún hoy recordarla me sigue emocionando.
Pasados unos minutos, todos se fueron retirando, como una procesión donde todos se saludaban con todos, se deseaban suerte, se consolaban, saludaban con un hasta mañana a sus familiares, a otros pacientes, a los enfermeros y a mi, en fin, se iban en paz.
¡Qué lindo será pasar las fiestas en casa!, dormir en nuestra cama después de los brindis, compartir con alegría con los que están con nosotros y recordar con amor a aquellos que se apuraron a marchar, soltar cuanto sentimiento negativo nos pese innecesariamente, mirar el futuro con esperanza, y agradecer al universo por todo cuanto tenemos y no siempre valoramos.
Queridos amigos, espero que esta breve historia, nos sirva para reflexionar y conectarnos con la enorme fortuna de estar sanos, honrando la vida y la misión que en ella se nos ha encomendado.
Ricardo Nacach
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