Aprendizaje
- Ricardo Nacach
- 7 jul 2015
- 3 Min. de lectura
"El verdadero maestro, enseña mejor aquello que más debe aprender"

Esta frase tan simple pero tan profunda me la transmitió una de mis maestras hace ya muchos años y realmente me impresiona cuanto hay de cierto en estas palabras.
La siguiente anécdota fue modificada en su contenido, pero el fondo es lo que realmente me interesa compartir:
Hace ya un tiempo, conocí a una paciente de veintinueve años, especialista en recursos humanos, desarrolla su profesión en una consultora de primera línea. Fue medalla de oro en la universidad y obtuvo su maestría en los Estados Unidos.
Dada su responsabilidad que incluye varios países de Latinoamérica, viaja al exterior dos y hasta tres veces al mes.
Vivió con sus padres hasta hace un año, momento en el que decidió no sin cierto grado de angustia, alquilar un departamento e irse a vivir sola.
Nunca tuvo una pareja estable, y lo más parecido a una relación fue con un español que vivía en México y al cual veía por una semana unas pocas veces al año.
El motivo de su consulta era un moderado exceso de peso, pero además padecía insomnio, contracturas cervicales, jaquecas periódicas, algunos trastornos menstruales, hipotiroidismo y una serie de problemas digestivos entre los que sobresalían constipación, acidez y reflujo gástrico.
Para la medicina china, el noventa por ciento de sus trastornos podría definirse como una alteración del meridiano energético de estómago secundario a un estancamiento del meridiano del hígado.
“Soy muy temperamental, intolerante, perfeccionista, muy mental, mi cabeza nunca se detiene, estoy muy agotada y probablemente por ello, demasiado sensible. No tolero la ineficiencia, ni la impuntualidad, dicen que soy muy agresiva”.
Le pregunté acerca de la relación con su familia y esto me respondió:
“Soy la menor de tres hermanas, mi madre dócil y depresiva, mi padre abogado, exitoso, dictatorial, bastante manipulador.
Mis dos hermanas mayores trabajan con él en su estudio, ellas también son abogadas. El siempre quiso que yo estudiara derecho, pero a mi no me gustaba. Mi padre nunca reconoció mis logros profesionales, es más él cree que lo mío es como vender humo”.
Seguramente no habrá que ser muy perspicaz para entender que su frustración, dolor y enojo provienen de su no validación, y es tanta su lucha por demostrar a los demás y también a ella misma su excelencia profesional, que en su vida no hay lugar para otra cosa que no sea el trabajo, ni amistades, ni salidas, ni siquiera para el amor. Pero más allá de esta comprensión que por largos años trabajó en su terapia psicológica, nuestra misión es otra, ya que una vez que estos mecanismos mentales, energéticos y hasta físicos se instalan, no alcanza con entender, se debe corregir desde las entrañas mismas de la desarmonía que en este caso, son secundarias a una profunda inseguridad, tapada, disimulada, y hasta sobreadaptada con la búsqueda de la perfección.
Yo no conozco un solo ser humano que no detente algún grado de inseguridad, algunos lo reconocemos más, y otros menos. Del mismo modo, cada quién hace lo que puede para compensar esa sensación de minusvalía. En mi caso, me recuerdo como un niño tímido y temeroso. Como adolecente compensé destacándome en el deporte o en la música con lo cual algunas puertas se me abrían para sociabilizarme mejor. Como joven el camino elegido fue estudiar mucho, cosa que con el tiempo me fue dando cierta solvencia en lo mío. Pero aún hoy muchas veces tengo dudas y temores, y como intento resolverlo? poniendo el cuerpo y reconociendo mis limitaciones.
Entonces, como no entender a esta joven, si lo que mejor podría enseñarle es lo que más tengo que aprender…
Ricardo Nacach
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